Martín García afirmaba brillantemente: "El que reconoce que se ha equivocado, puede corregirse".
¿Cuántas veces hemos reconocido en la noche, cuando las
sombras ocultan las figuras y es más propicio acurrucarse dentro, que nos hemos
equivocado y hemos tenido el propósito de cambiar de rumbo en cuanto salga el
sol?
Decía Teilhard de Chardin que "cuando has hecho todo lo que está en tus mano..., es la última palabra de la sabiduría humana y de la santidad” (Teilhard de Chardin).
Esta
simple sentencia es tan contundente que es considerada como el primer artículo
de los tratamientos de ayuda en enfermedades tan importantes como la ludopatía,
el alcoholismo y la drogadicción, y el factor determinante de curación en
patologías varias.
No
hay vida sin errores pero la diferencia entre un gran hombre y un imbécil
radica precisamente en esto: el gran hombre sabe que se equivoca y no tiene
reparo en cambiar de rumbo, acompañado de compañías saludables, mientras que el pobre imbécil jamás reconoce
sus fallos y cree que camina por la senda correcta.
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