Su rebeldía le hacía rebelarse contra todos los “ineptos”
leños que aceptaban como un destino sellado durante millones de años por sus
antecesores que deberían terminar en la hoguera para darle calor a los humanos.
Se alejó de los suyos porque no comprendía aquella
situación y decidió marcharse al bosque, independiente y libre, alejado de las
ataduras sociales y de los condicionamientos de los suyos. Él quería vivir de
toda manera y terminar sus años de una “manera más auténtica”, según él.
Todos le repetían que no podía negarse a ese destino y
que su mayor alegría tenía que ser quemado por el padre de todas las
purificaciones, el fuego, y que si se negaba terminaría peor de lo que pensaba.
Pero él se negaba a aceptar esta realidad. Se alejó al bosque para vivir
libremente y en descampado, pero cuentan que allí sigue estéril y viejo,
cansado y receloso, uraño y quejoso de su destino, y suspira una mano que le
ayude a llevarlo a la consumación más auténtica y a la realización más plena.
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